Día 49: en Orihuela

"En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería." Ese epígrafe antecede al poema Elegía de Miguel Hernández (1910-1942), que Joan Manuel Serrat musicalizó y popularizó al grado que no sé si al poeta —que siempre fue muy modesto— le hubiese gustado. Lo que sí sé es que ese disco de Serrat sirvió como vínculo del poeta con muchas personas y que, en mi caso particular, es un lazo permanente que me une a mamá desde muy pequeña y, por supuesto, también a Concha.
Aunque alicantina, Orihuela es una ciudad muy cercana a Murcia, a orillas del río Segura, con un patrimonio cultural interesante y donde siempre ha habido una importante actividad agrícola. El personaje más destacado de la ciudad es Miguel Hernández y basta con revisar la lista de los eventos culturales anuales para encontrar su nombre en muchos de ellos. Un dato curioso que pocos saben es que Orihuela está hermanada con la ciudad de Zacatecas en México.
Desde la primera vez que pisé tierra española sueño con visitar Orihuela; todavía no lo logro pero no pierdo la ilusión. Es de esos lugares a los que tengo que ir, no por lo que pueda ver o hacer, sino por lo que el lugar representa para mí. ¡Qué extraño puede parecer el querer tanto un lugar que no se conoce o, más bien, en el que nunca se ha estado! Eso es lo que sucede cuando un lugar es vértice de tantos quereres.
Porque si uno entiende a Orihuela comprende mejor la poesía de Miguel Hernández y viceversa, porque la poesía se hermana con la tierra, con el discurso y con el origen en forma íntima. De hecho y en mi opinión, puedo decir como aficionada que es el espacio físico, el paisaje, lo que se convierte en verso; es la luz que ilumina los entresijos del mundo de Hernández y se torna en la voz que inunda toda su obra.
A 77 años de su muerte una tragedia de la que no hablaremos esta vez, mucho se ha dicho sobre la vida de Miguel Hernández y en particular, sobre su infancia. A mí me gusta la biografía que en 2002 escribe José Luis Ferris —quien, por cierto, también fue el editor de la Antología poética publicada en la Colección Austral—, porque desentraña varios detalles y pone énfasis en eliminar esos mitos que subsisten al respecto.
Más allá de lo anterior y ahora cuando hay tanta alharaca porque el subsecretario de salud López-Gatell leyó hace un par de días un poema de Miguel Hernández para participar en la difusión de un programa de promoción a la lectura durante la Jornada de Sana distancia, creo que valdría aprovechar la magnífica oportunidad para que más personas se acerquen a la poesía del alicantino. Desconozco las razones por las que se eligió leer a Hernández —aunque me encantó el gesto—, tampoco sé por qué ese poema en particular. Ojalá que ahora el Fondo de Cultura Económica incluya en alguna de las colecciones de su catálogo —quizá en Vientos de pueblo, casi homónimo de la publicación de Hernández del '37— al menos uno de los libros del poeta para que esté al alcance de todas aquellas personas que quedaron interesadas. A fin de cuentas, hay que leer poesía, hay que leer a Miguel Hernández.
Foto de Miguel Hernández por Basilio F. Martínez en la portada de la citada biografía.

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