Día 47: el tacto

Era la segunda quincena de febrero y el coronavirus estaba en camino —recién acechando fuera de China— pero ya quedaba muy claro que tendríamos que aplicar el distanciamiento social. Durante más de una semana, estuve tratando —sin muchas ganas ni tampoco énfasis— de tomar distancia, de no tocar a los otros. Las personas me respondían que estaba exagerando. Todo siguió escalando. La segunda semana de marzo, en algún momento logré ya no tocar a nadie. El 13 de marzo me quedé en casa por descansar —llevaba sin parar de trabajar un mes completo o así— y ahí comenzó mi fase de aislamiento. El martes siguiente fue el último día que vi a mi padre y a mi hermano, pero ya no los toqué.
Daniela Rea preguntó aquí: "¿Alguien que en esta cuarentena no haya abrazado, besado, tocado a alguien? ¿Que haya pasado un mes sin tocar o ser tocada?". Encontré ese tuit porque Martha Mega respondió que era su caso y que estaba muy triste y tratando de no pensar en ello. Y al darme cuenta, tambaleé en el interior porque me di cuenta que había estado evitando pensar en ello. Por suerte, hoy he estado trabajando todo el día como para ver cómo me sentía. Hasta ahora.
Mucho se ha dicho sobre cómo el contacto físico es un requisito del ser humano e incluso, como cuentan acá, tiene un efecto sanador. Es cierto que no a todas las personas les gusta el contacto físico y es importante entenderlo, aunque yo soy del grupo de "alto contacto" y para mí, es vital el contacto físico en lo cotidiano. "La sed de piel" es uno de los efectos del aislamiento y genera muchos trastornos anímicos. Incluso hay psicólogos que explican que con la edad, al aumentar la fragilidad física, adquiere mayor relevancia el contacto para mantenerse saludable. Abrazos, besos y caricias son importantes y dicen muchas cosas, como también lo hacen los gestos, las miradas y hasta el tono y las inflexiones de la voz.
Hay tantísimas maneras en las que el tacto está presente en las relaciones humanas que, como diría magistralmente Pablo Maurette en El sentido olvidado (2017) es también posible tocar al “inflarse, acercarse y acariciar las fronteras erógenas donde se produce el encuentro mágico entre el lenguaje y las sensaciones que lo trascienden”. También Maurette cuenta en esta entrevista que "el dolor, al igual que el placer, obligan a concentrarnos en el tacto, ya se entienda tacto como contacto entre dos superficies, o como intracepción, la sensación del interior del cuerpo". Y continua estableciendo relaciones en las que la afectividad es una interfaz que conecta dentro y fuera del cuerpo, esa realidad extremadamente compleja.
Pensando en todo eso es como podemos apenas vislumbrar que a partir del tacto, encontramos sensaciones de seguridad, confianza, tranquilidad y control. ¡Todo lo que en estos días no tenemos! Y sin entrar en el vértigo pues me niego a sentir ahora todo lo que me produce la sed, nomás quiero agregar que sé que hay un vacío enorme dentro de mí y que tengo que encontrar cómo hacerle porque es largo el camino por andar...
Me hubiera gustado tener más tiempo para pensar cómo elaborar esta nota pero no ha sido el caso. Queden aquí entonces estas pinceladas gruesas de eso que hoy nos hace tantísima falta. Y como diría Chantal Maillard en Conjuros (2001): "Mi cuerpo es una antorcha que alumbra los espantos / que la razón construye en sus tinieblas. / Hay que bajar al cuerpo, muy adentro, / tocar el centro ardiente, abrirlo y propagar / el gozo de la lava."
Auguste Rodin (concepción 1884-1888), Mano derecha de Pierre de Wissant en el Museo Soumaya.

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