Día 0: presentación

En el primer día del equinoccio de primavera, el sol lució esplendoroso allá en Dzibilchaltún —a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Mérida, en el estado de Yucatán. Como cada año, una especie de ventana en las ruinas arqueológicas se llenó de luz para generar admiración en los visitantes. Pero justo hoy no había nadie ahí para sorprenderse porque ¡estamos en cuarentena!
Cuando digo cuarentena evoco el periodo de 40 días que se estableció hace varios siglos para librarse de la peste negra. Lo cierto es que aunque hoy la peste, en sentido figurado, somos nosotros los humanos, llamamos cuarentena al periodo actual de resguardo —y de temporalidad aún incierta— para el "quédate en casa" que aquí en la Ciudad de México y en todo el país, han recomendado las autoridades.
Hemos incluido en nuestra conversación cotidiana del último mes —a distancia de un metro y medio, se sabe— un montón de términos científicos que, estoy segura, no comprenden la mayoría de los mexicanos pero que se requieren para charlar acerca de la COVID-19, la enfermedad que nos acecha.
Este diario no pretende ser un lugar de información sino de catarsis, un espacio de autocuidado donde pueda expresar esas muchas cosas que pasan por mi cabeza y que suceden a mi alrededor, donde pueda procesar sanamente la experiencia emocional del aislamiento y donde también, pueda quedar la memoria de lo que son y serán estos días. Porque como Yan Lianke dijo a sus alumnos en este artículo —que llegó a mis manos gracias a Irene y que provocó este diario—, "que nuestra memoria sea indeleble, para que podamos algún día transmitirla a las generaciones venideras."
Si usted ha llegado hasta aquí, todavía está a tiempo de abandonar la lectura. No diga que no se lo advertí.

Comentarios

  1. Los duendes de Dzibilchaltún, conocidos como Aluxes, desaparecieron un comentario que dejé aquí ayer. No sabía que también fueran críticos literarios.

    Los cuarenta días tiene muchos significados, pero entre ellos escojo, como dice una canción, no los de quien se esconde, sino esos días de pausa en el desierto, donde el viajero medita sobre el camino recorrido y la misión que le espera.

    Lo bueno, digo yo, es que esos días de camino no siempre requieren avión y pasaporte, sino esperanza, imaginación... y una hoja en blanco. ¡Sigamos adelante!

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    1. Válgame, ¿ya los aluxes están haciendo de las suyas? Ni que te vigilaran desde antes, carcajada. Y le seguimos, claro.

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