Día 19: somos nosotros
Llevamos ya algunos días viendo maravillosas fotografías de un montón de lugares icónicos vacíos: desde los canales de Venecia hasta el Zócalo de la Ciudad de México. En particular, esta colección de fotos es una gran muestra de cómo se ve el mundo sin nosotros.
Aunque no conozco a Jaime Soler Frost, sí lo conozco. Alias, conozco su trabajo como editor pero no lo conozco "en vivo"; además, tenemos varios amigos en común y nos seguimos en tuíter desde hace algún tiempo. De un par de semanas atrás o así, Jaime ha ido coleccionando tuits que muestran la "reconquista" de espacios urbanos por los animales al grado que su timeline parece el Arca de Noé. Es claro que con la ausencia de los seres humanos, el resto de los organismos regresa a los espacios y así, las playas de Sudáfrica se llenan de aves, los mapaches salen en Central Park, los elefantes cruzan ciudades en la India y los ciervos, alces y caimanes pasean por muchísimos lados en el mundo.
En estos tiempos de pandemia, nuestra relación con el resto de los animales dista mucho de ser cordial. El coronavirus tiene un origen zoonótico donde los pangolines y murciélagos parecen estar relacionados, como se cuenta acá. Lo anterior es una tragedia pues, en particular, los mamíferos alados han sufrido de mucha mala fama toda la vida y están muy amenazados en diversas partes del mundo, a pesar de todos los servicios ambientales que prestan. Así que más que atacar a los murciélagos por supersticiones y demás, habría que defenderlos como lo hacen aquí.
Lo cierto es que el coronavirus —como se cuenta en este artículo— se rastreó hasta un mercado de la ciudad de Wuhan en China, muy parecido al Mercado de Sonora en Ciudad de México. El asunto que sale a la luz ahora, si bien ha estado sobre la mesa desde hace tiempo es, además de la pertinencia de estos mercados, el tráfico ilegal de especies cuya problemática se cuenta muy bien acá y debería encender todos los focos rojos en el mundo acerca de las consecuencias de no detenerlo —dada la relación que tiene con las pandemias y que no invertimos los suficientes recursos para hacerlo. En fin, queda mucha tarea pendiente para cuando termine esta emergencia mundial.
Lo que debe quedarnos tremendamente claro es que la mayor epidemia de cualquier cosa somos nosotros, las personas. Tenemos que encontrar maneras menos abusivas y/o destructivas de relacionarnos con los espacios donde convivimos, con las especies que cohabitamos e incluso, con nosotros mismos. Hay tanto que aprender de estos días pero sin duda, esto me parece algo de lo más urgente.

Cada vez que encuentro la palabra plaga referida a los seres humanos tengo una sensación peculiar, pero hablar de eso pide más espacio y tiempo que este comentario. Rescato, eso sí, la urgencia de hacer de la cordialidad con los demás seres un rasgo más determinante de nuestra estancia en el mundo, para que la huella que dejemos no sea como la que dicen de Aníbal, sino testimonio de armonía y convivencia. 2020.
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