Día 24: el turismo (I)
Conforme pasan los días de la pandemia por covid19, el aislamiento de una parte considerable de la humanidad —éramos 500 millones el 18 de marzo según dice acá— se vuelve más difícil por un montón de razones.
En México, la situación local es muy complicada y aunque existe hoy día una fuerte discusión sobre cuál es el porcentaje de personas que están guardando aislamiento, si considero como muestra mi universo circundante puedo decir que tengo un montón de vecinos y personas conocidas que han andado por aquí y por allá, como si nada. Más allá de la rabia que puede generarme tanta imprudencia y egoísmo de unos y tanta desolación por otros —que no tienen más remedio que trabajar cada día para conseguir qué comer—, desde mi perspectiva, estamos llevando en la actualidad una vida que nos aleja de nuestras casas y nos mantiene casi siempre fuera de ellas, muchas veces por trabajo pero otras, nomás porque nos gusta viajar...
Vivimos en una época en la que viajar es algo que prácticamente todos queremos. Un par de datos que obtuve acá para dimensionar el asunto: en los últimos diez años, la industria del turismo creció un 70% y cada año viajan más de 1,500 millones de personas en el mundo. Aquí hay incluso una animación que en el 2018 ubica a México como el séptimo país receptor de turismo a nivel mundial. En conclusión, hay muchísima gente viajando de un lado a otro y no es extraño encontrar abarrotadas las atracciones en ninguna parte del mundo.
Lo cierto es que entre más años tengo más me parezco a mi padre en muchos sentidos pero, en particular, cada vez me gustan menos las multitudes —el colmo para alguien que trabaja con eventos masivos, pero esa es arena de otro costal. Me parece terrible llegar a un museo que sueñas conocer y descubrir que no puedes quedarte más que unos instantes viendo una pintura porque hay una marabunta queriendo hacer lo mismo. O en las visitas a Teotihuacán o Chichén Itzá tener que malabarear entre las hordas para, acaso, conseguir alguna foto sin tanta gente de la Pirámide del Sol o del Templo de Kukulcán, respectivamente. Se sabe que a la Mona Lisa la visitan al día ¡miles de personas que hacen fila durante horas para verla unos minutos! Sin embargo, la cumbre del horror es que ahora, la obra de Leonardo Da Vinci en el Museo del Louvre no sólo es la atracción turística más famosa del mundo sino también según sus vistantes, ¡la más decepcionante!
Por todo lo anterior, le pienso muchísimo cada vez que hay una exposición que me interesa y que está muy concurrida; incluso, hay veces que prefiero quedarme sin verla a dizque verla sin tener espacio siquiera para caminar. En mi opinión, ese tipo de oportunidades no se pueden disfrutar y así, ni siquiera valen la pena.
Justo en el sentido contrario de las multitudes, recordé una de las cosas más fantásticas que pudieron haberme pasado: en un viaje a Mérida el año pasado pude escaparme una tarde a visitar Uxmal, donde no había vuelto desde los diez años o así. Como trabajaba toda la mañana, cuando llegué al sitio arqueológico nomás tenía una hora y media para visitarlo pero, a cambio, tuve la fortuna de encontrarlo prácticamente vacío. El haberme quedado ese día sin comer, rindió sus frutos.
Acabo de darme cuenta que el único lugar al que he viajado y donde nunca he visto multitudes es Costa Rica —tampoco es que conozca muchos países, pero sí viajo con frecuencia por trabajo. Quizá he tenido mucha suerte o quizá es que los ticos, además de ser "pura vida", son el grupo de personas que conozco con mayor conciencia sustentable y ecológica. Y como hoy ya nos hemos alargado y es muy tarde, los invito a continuar con este otro asunto en una segunda parte...

Para mí, acudir siempre ha sido "acudir en compañía"; estoy convencido de que aprendo más de lo que conozco, visito o experimento cuando existe un intercambio, que nunca es mera resonancia y mucho menos monólogo. Eso sí, las multitudes "en bulto" tampoco me atraen, sea en un estadio, en una sala de conciertos o en el transporte público, aunque a veces sea parte del precio que haya que pagar. Será que mi yo viajero se parece más a Julio Verne, o que no he leído lo suficiente a Alejandro de Humboldt. 2020.
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