Día 27: la canica azul

La tierra es una esfera si de la Luna la ves, es una esfera azul, de belleza sin igual...
La culpa de todo la tiene aquel programa de mi infancia, "La canica azul"; todavía puedo cantar el tema de memoria. Al hacer una búsqueda, me sorprendí: el programa se transmitió de 1974 hasta 1983, alias, acompañó mi infancia los domingos por la mañana. No recuerdo gran cosa pero me queda claro que me encantaba porque me permitía conocer otros mundos.
En mis manos cayó un formato impreso en papel blanco y a dos tintas —naranja y negro— tenías que contar tus intereses y te conectaban con otros niños de tu edad en otras partes del mundo. Yo tenía diez años cuando mucho. Así llegó a mi vida el correo internacional junto con Annette, Siobhān y Tracy de Alemania, Irlanda y Nueva Zelanda, respectivamente. Con ellas mantuve correspondencia frecuente durante más de diez años y hasta entrados nuestros veintes. Todo el tiempo buscaba postales de lugares y tradiciones mexicanas. Además, coloreaba mapas para enseñar dónde quedaban el Popo y el Izta y quien sabe cuánta cosa más.
Los grandes y los chicos compartimos el planeta, pensamos diferente pero es la misma meta...
Ernesto De Meis —a quien conocí una noche de bohemia a los catorce años— fue el primero de los muchos destinatarios brasileños a lo largo de mi vida, con los que ya en los veintes, no sólo intercambiaba cartas y postales y mapas; ahora añadía cassettes, playeras, figuritas de cerámica, separadores de libros, amates, acordes de guitarra para cantar y demás. Y así como se iban esas cosas llegaban otras equivalentes de cada remitente. Para entonces ya sabía qué envíos debían ir certificados, cuánto tardaban y cómo había que empacar todo en cajas de cartón para que se conservara bien.
La paz y el amor nos unirán, entonces habrá felicidad...
En algún momento de mis veintes, todos esos envíos y otros nacionales e internacionales se combinaron —o sumaron— al correo electrónico. Después vinieron chats internacionales —el correo seguía— donde conocí, por ejemplo, a Álvaro. Una vez tomé una cerveza con él en el aeropuerto de la Ciudad de México: se había enamorado de una veracruzana e iba camino a encontrarla. Después discutí con él porque hackeó el chat —era hacker del CERN— y nunca más volví a escribirle.
Años después y ya en mis treintas y cuando el correo casi se había reducido a postales y tarjetas navideñas, conocí a una buena runfla en otro chat internacional de donde salió aquel brasileño radicado en Japón —cuyo nombre no recuerdo— que envió por correo mi primera webcam —acá no habían llegado— y aguantó mi llanto durante horas el sábado negro en que supe que mi madre tenía cáncer. Yo creo que fue en aquella época cuando dejé de enviar y recibir correo.
En agosto del año pasado, Pau me sonsacó para intercambiar postales otra vez y se lo agradezco de todo corazón. Por esos días necesitaba ejercitar mi letra y así reinició mi relación de más de cuatro décadas con el servicio postal mexicano y con un surtido de remitentes en el país y el mundo.
No hay nada que se compare con la emoción que todavía me produce, el recibir una postal o un sobre y abrirlo y leer lo que sea que me digan. No importa el tiempo que tarde, la felicidad es la misma, es un puente de cariño de uno y otro lado de la comunicación que no cambio por nada.
Los problemas que tenemos desde allá nadie los ve; en cambio la amistad nos envuelve como tul, en la gran esfera azul.
Y todo este post ha sido nomás para contarles con orgullo que hoy —que ya es ayer—, a pesar del coronavirus, recibí una postal de Pau. Y fui muy feliz en tiempos de pandemia.

Comentarios

  1. Mi experiencia con los programas de divulgación y aprendizaje incluye a los Muppets, a Beakman y a Carl Sagan, pero extrañamente, no a la canica azul, aunque sí la conocí, pero el programa de actividades de familia en fin de semana no daba mucho margen a la tele... también entre semana, por cierto. Y en cuanto a la correspondencia con desconocidos que luego se materializaron como amigos en la vida real, debo decir que eso sucedió muchos años más adelante, y en un formato sólo un poco distinto. 2020.

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