Día 43: Lorena

Uno de los chats que está constantemente conmigo desde que inició la cuarentena es de una banda de amigos de hace ya más de un cuarto de siglo. Nos conocimos todos de becarios en Universum, todavía en la carrera. La mayoría somos biólogos pero también hay dos matemáticos, un ingeniero y una enfermera, Lorena. Somos todos muy distintos y tenemos grandes diferencias pero a la vez, también compartimos muchas cosas y, por supuesto, una historia en común.
Cuando inició el encierro se intensificó la comunicación. Cada uno pone en el chat lo que quiere compartir con los otros —desde memes y stickers hasta artículos científicos pasando por una gran oferta cultural y recetas de cocina— y, a veces, surgen conversaciones. Tenemos una especie de normalidad en la que nos cuidamos y una vez a la semana, hay una videollamada grupal donde nos la pasamos "bomba".
Una de las más animosas en estos días —igual que siempre— es Lorena. Tan inquieta como es, quiere saberlo todo, opina de cualquier cosa y pregunta lo que se le cruza por la cabeza en el momento. Es objetiva, práctica y suele tener muy buen humor, aunque puede exagerar cuando se trata de molestar a alguien y, si comienza a reírse, no para jamás. Tiene un espíritu viajero incansable, es madre soltera de una adolescente que en no mucho tiempo, entrará a la universidad y siempre logra tener tiempo para hacer no sé cuántos cursos de literatura infantil, ilustración y demás. Porque además de enfermera, es cuentacuentos y lo hace maravillosamente bien.
La mayoría trabajamos desde casa salvo uno que va ocasionalmente a la oficina y Lorena que, por supuesto, trabaja en el hospital. Como si de una terapia grupal se tratara, cada uno ha ido hablando de las cosas que le preocupan, de cómo ve la situación, de las particularidades de su rumbo, de en qué invertimos nuestro tiempo, etc. Lorena nos ha contado muchas cosas de lo que ella percibe de la pandemia desde el sector salud; su hospital recientemente fue convertido en Covid por lo que ahora, ella trabaja el turno con las mismas doce horas de antes pero atendiendo pacientes debajo de mascarilla, careta y todas las otras protecciones que ya todos sabemos.
Nunca nadie ha dicho nada explícitamente pero entre todos, cuidamos a Lorena y hemos estado muy pendientes de ella —y preocupados, aunque hacemos como que no. El caso es que hoy Lorena se quedó de ver con otra de las amigas del chat que es vecina suya y tiene coche para hacer el súper y no tener que cargar todo hasta su casa. Y estando en la tienda, se le cayó el celular en algún momento. Y Lorena, a quien nunca hemos visto llorar —salvo de risa— al darse cuenta que había perdido el celular, lloró de coraje. La amiga que estaba con ella no pudo abrazarla, se sintió impotente. Y cuando hace un rato nos lo contó en el chat, todos nos sentimos impotentes y enfadados: alguien le robó el celular a nuestra amiga, la que más lo necesita. Y por supuesto, nos organizamos y le compramos entre varios, uno nuevo. Porque puede pasar lo que sea pero Lorena tiene que estar comunicada.
Más tarde, lloré mientras lavaba los trastes. Entendí que más allá del coraje, Lorena no llora nomás por el celular, ni yo lloro nomás por ella. Lloramos porque estamos todos bajo una gran presión, con mucha incertidumbre y en una situación complicada. Lloramos porque nos sentimos desprotegidos, porque sabemos que viene la parte más complicada y que no hay mucho que podamos hacer, más allá de lo que ya estamos haciendo y que parece tan poco... En fin, hoy tocó llanto.

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