Día 26: el caleidoscopio

El 20 de marzo fue viernes. Ese día comencé a escribir este diario. Como conté aquí, el objetivo era tener un espacio personal de catarsis y autocuidado. Escribir salva. La escritura me ha rescatado varias veces en trances muy complejos —emocionalmente hablando—, ésta no habría de ser la excepción. Parece que no me equivoqué.
Un par de días después, descubrí en tuíter que también Ricardo Cayuela Gally tiene su Diario de la Peste. Pensé que la epidemia de los diarios era por la edad. Pero no. Luego me di cuenta que nuestros respectivos cuadernos de apuntes tienen nombres y hasta enfoques diametralmente opuestos. Ricardo inició un par de días antes que yo. Lo leo todos los días. En alguna ocasión me hizo llorar.
Con el paso de los días me he ido encontrando distintos diarios de la pandemia. Ayer, Irene dio RT a esto. Fui a leer. Encontré muchos testimonios que eran como fotografías descritas con palabras. Aún no los termino pues me lleva cierto tiempo procesar cada uno. Busco en ellos un eco de lo que siento, verme reflejada. En la mayoría de los casos, lo encuentro. Se vuelve una terapia colectiva. Es un alivio saber que "eso no me está pasando nomás a mí". Hoy la locura es también compartida. Con mayor razón ahora que todo parece un impás antes de la tormenta y que esos testimonios parecen nuestro futuro.
Me encontré hace poco el número especial de abril del 2020 de la Revista de la Universidad de México. El "Diario de la pandemia" está escrito desde distintos lugares. Me puse a leer. Tres artículos y cada uno me ha producido una sacudida.
Buenos Aires, 13 de abril. El texto de Mariana Enriquez, La ansiedad. Qué barbaridad, si estoy igual que ella: "A veces logro sentir algo que me excede en otro sentido, no el del desborde cotidiano. Algo sublime, profundo. Un silencio en el mundo causado por este agente que no está ni vivo ni muerto [sic]. Cierta hermandad global. Me dura poco." Como Mariana, me pasa que no quiero leer nada. Más bien no puedo. No me concentro. Nadie nos preparó para esto.
11 de abril desde Saltillo. Julián Hebert y su Exilio en la calle principal. Le hinco el diente. Noto todo el tiempo la incomodidad que transmite el texto. El enojo. La derrota. Lo escéptico. También la angustia. Habla de la transformación. Dice que quiere ser el último en entrar en la habitación del pánico. La metáfora es de terror. Y esta vez no hubo música.
Houston, 8 de abril. Del verbo tocar: Las manos de la pandemia y las preguntas inescapables de Cristina Rivera Garza. Habla de revoluciones, de aceleraciones y detenerse en seco. Del cambio, de la posibilidad, de la indolencia y el tocarse, del espacio, del tiempo y las fronteras. De lo que enfrentamos, de lo que olvidamos, de la soledad y lo que perdemos. No hay escape, somos tan vulnerables. Cita a Arundhati Roy. Y yo pienso en "El dios de las pequeñas cosas" y se me vienen encima todas las historias. Los tiempos convulsos, el amor, la muerte y la justicia. Qué lejos estamos...
Se hace tarde. Llegan las terribles noticias de Tijuana. Pienso en la vida y este juego de espejos, de reflejos. Exacto. Como un caleidoscopio.

Comentarios

  1. Uno de los beneficios de la vuelta al blogbarrio es aprender... y al mismo tiempo, saber que mi perspectiva es una más. Conmoverse con las letras ajenas y llevarlo al cuaderno de apuntes para la reflexión es un ejercicio adquirido en este camino donde andamos todos, unos más cerca de la condición olímpica, como los que mencionas, y ante ello este que escribe se reconoce (como tantas otras veces) peatón del razonamiento, para decirlo en palabras de Manolito. El resultado sigue estando en la vida, como está en la escritura. Y por eso seguimos caminando. 2020.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Día 44: vamos a andar...

Día 48: siempre es la hora del té

Día 46: los retos